sábado, 8 de octubre de 2011

Gigantes de acero’: de fritos y refritos


Cuando se inicia este film, “Real Steel”, el nombre de Steven Spielberg aparece rutilante en la pantalla. Pero él no es el director, es en verdad productor ejecutivo. Pero el asunto es que ese nombre es como un imán para el dinero, y por esa razón su nombre aparece más grande que, incluso, el pobre director de la película, Shawm Levy.
Sin embargo, nada dudamos sobre la idea de que la mano del Steven ande entre los pliegues del atarantado guión, aunque se le acredite formalmente a John Gatins y expresen esos títulos que se basó en una historia “original” de Dan Gilroy y Geremy Leven. Y, fíjense que pusimos la palabra “original” así, entre comillas, y que, en el subtítulo de esta reseña, colocamos “Fritos y refritos”.
Porque, aunque lo que vemos es algo que se supone sucede en el año 2019, tal vez 2020, que para el caso da exactamente lo mismo, a pesar de que vemos cómo el muy apuesto Charlie Kenton (¿sería tal vez en los ’70 bailarín con “Los Kenton”?) anda de mal en peor en su negocio de apostar a enormes robots metálicos en peleas de algo así como boxeo, a pesar de que se hace ver con claridad que Charlie anda hasta las narices de puras deudas, que es un sinvergu¨enza y que no le paga a nadie, y que luego es citado para que se haga cargo de su hijo de 11 años porque la madre ha fallecido y él lo que hace es negociar por dinero la tutela de Max quedándose con él unas semanas para luego devolverlo a la hermana de la difunta y su rico esposo, bien nos estamos empapando de la realidad.
Y esa realidad es el primer “refrito”: la historia de Max y Charlie, a quienes se une un tanto más tarde un robot pasado de tiempo y de moda que el chico desentierra, luego de meses, tal vez años, metido en lodo y agua para que se compruebe el milagro no de los panes y los peces, sino de que un artefacto metálico tanto tiempo enterrado funcione al día siguiente sólo porque le quitaron el sucio de encima y le metieron mano en las entrañas, a pesar de que luego vemos como el llamado Noisy Boy, o sea, el tal robot de primera generación siente tanto cariño por Max que empieza a ganar todas las peleas de aficionados hasta alcanzar el rango de profesional, usted, amigo espectador, que no tiene pelo de tonto y que ha visto mucho cine (creemos) se percata que toda este amasijo de sensiblerías con pretensiones de “suspense” no es más que una mezcla necia del “Rocky” original escrito por Stallone, combinado con la idea de la archifamosa pelea que sostuviera Muhamad Alí en Zaire con Joe Frasier: soportar un brutal castigo recostado en las cuerdas a la espera de que el rival, luego de una infinidad de golpes, se sienta cansado para entonces atacar con fiereza.
No nos parece mal hecha la película como cine, Shawn Levy se desempeña con cierta agilidad llevando las dos horas y un par de minutos de pura hojalatería entrechocante y ruidosa. Sin embargo, hubiéramos agradecido unos minutos menos de esa sensiblería que también es recurrente en algunas de las cintas de Spielberg (“E.T.” es la más señera en ese sentido). Los intérpretes no nos resultan demasiado atractivos, ni el protagonista, Hugh Jackman (Charlie), ni el niño de nombre más que extraño, Dakota Goyo (¿de dónde habrá salido?), ni la chica bonita que, en otro alarde de “suspense”, al principio no sabemos qué carajos pinta en la vida de Charlie hasta que, casi al final, resulta su amada Dulcinea para que aparezca en el público sufrida y llorosa mientras el “Noisy boy” está recibiendo su tunda pasajera. El resto no pinta prácticamente para nada en el conjunto y serán olvidados pronto…como la película

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